Desde que nos enteramos de que esperamos un hijo pasamos por diferentes etapas y estados entre los que se encuentran el miedo a no saber si lo haremos bien. Un miedo que con el devenir de las semanas y los meses se suele ir acrecentando porque el instinto de protección hacia los hijos es algo obviamente natural y presente en la mayoría de las especies de este nuestro mundo animal. Por otra parte, está claro que NADIE nos enseña a ser padres y que la gran mayoría intenta hacerlo bien buscando lo que a su juicio es mejor para su “retoño” pero lo cierto es que en multitud de ocasiones son los padres y solo los padres los responsables (que no culpables) de la mayoría de problemas de conducta y/o comportamiento que acabarán presentando sus hijos.
No me veo con ninguna autoridad moral para contar en este artículo verdades absolutas puesto que cada dinámica familiar es un mundo y además, una educación “correcta” tampoco garantizará que los niños de hoy sean adultos de provecho (como suele decirse) el día de mañana ya que son muchos los factores subyacentes pero… sí que siguiendo unas pautas educacionales mínimas tendremos más probabilidades de conseguir el éxito. En ese continuo que va desde dejar que el niño haga lo que quiera con una falta total de límites hasta no dejarles hacer nada por hiperprotegerles en exceso hay muchos grises que, en numerosas ocasiones se nos escapan.
No defiendo en absoluto la educación excesivamente férrea de antaño basada sobre todo en la amenaza, la violencia y el miedo pero es que en la actualidad, hemos virado hacia el polo totalmente opuesto en el que a nuestro niño “nada ni nadie le tose”.
Estaréis conmigo en que hoy si a nuestro hijo le llaman la atención en el colegio por motivos la mayor parte de las veces justos, no solo no “reforzamos” ese castigo impuesto por una persona que en definitiva le está inculcando conocimientos, pero también principios, normas y valores, sino que acudimos corriendo al centro para increpar y cuestionar al profesor de turno incluso en algunas ocasiones casi de forma violenta.
Lo mismo ocurre si vemos que algún padre en el parque está hablando o incluso regañando a nuestro hijo porque le ha “pegado” al suyo o porque está destrozando una papelera, un banco o u árbol. Tenemos la mala costumbre de correr a “salvar” a nuestro pequeño porque curiosamente la culpa nunca es suya.
Este tipo de situaciones llevan a que en general criemos niños cada vez más intocables, que saben que pueden hacer lo que les dé la gana e incluso, se aprovechan de ello porque son conocedores de que no recibirán ningún tipo de sanción o castigo posterior porque sus padres aún sin razón los protegerán y defenderán de lo que sea. Y no solo eso. Lo peor e incluso más grave para mi es que una crianza tan algodonada nos llevará irrevocablemente a tener unos pequeños llenos de miedos que no serán los normales que todos hemos “sufrido” al ir quemando etapas vitales sino que serán miedos que nosotros crearemos artificialmente simplemente porque no les hemos dejado enfrentarse a ellos. Y a partir de aquí, lo triste es que la bola tiende a crecer y además de niños miedosos podemos tener niños incapaces, faltos de identidad, con una intolerancia total y absoluta a la frustración…
No nos damos cuenta que de hijos hiperprotegidos saldrán verdaderos tiranos que acabarán convertidos en adultos diría que incluso inadaptados porque por un lado estarán faltos de autonomía para enfrentarse a las vicisitudes que la vida les plantee y por otro, se creerán con todos los derechos del mundo pero con pocos o ningunos deberes de cara a este mundo social en el que vivimos con las problemáticas que esa actitud vital conlleva.
¿Mi consejo?
Pues aunque sea difícil resumir en estos temas y más, de un modo tan general sería el de aceptar y asumir que nuestros hijos tendrán que caerse sí o sí para aprender a levantarse porque… ¿es posible salvarlos de todos y cada uno de los escollos con los que se encuentren? Evidentemente no. El camino de su vida será como una
travesía que en ocasiones tendrá mares embravecidos que harán que se hundan sí, pero también aprenderán a no ahogarse. Nuestra tarea debe ser, a mi juicio, la de sostenerlos para ayudarles a flotar pero no la de ahogarnos por ellos. Y esto… ¿cómo se hace? Pues primeramente no olvidando nunca que aunque fomentemos un clima de confianza mutua somos sus padres y no sus amigos. Es necesario y casi obligatorio saber decir no porque debemos y tenemos que poner normas y límites desde el minuto uno. ¡Ojo!, con esto no defiendo el no sistemático ya que siempre respetando el nivel cognitivo del niño debemos dialogar y explicar las razones de ese no e incluso, si procede, llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes. Por otra parte, ¡tranquilos! que los niños NO se traumatizan porque se les castigue pero eso sí, de una manera contingente o inmediata (de nada sirve decirle un martes “ya verás el castigo que te pone tu padre cuando llegue el viernes de su viaje”), llevando ambos progenitores una misma dirección a ese respecto ya que si no, flaco favor le hacemos al menor mostrándole informaciones contradictorias o incluso opuestas (si el padre lo castiga, la madre no puede ni debe levantárselo y a la inversa) e imponiendo castigos justos y que podamos cumplir (quitarle la televisión un mes es un poco mucho ¿no? Además, lo más probable es que al tercer día el niño ya esté viendo la tele y lo que pretendíamos con el castigo no
habrá tenido su efecto).
Dicen que una despedida es necesaria para volver a reencontrarse así que yo, ya me despido. Mientras, atrévete a educar a los tuyos sin que tus propios miedos te hagan sobreprotegerles en exceso que ya habéis visto que es algo que no lleva, en general, al puerto correcto.
Artículo: Diego Ortega Moreira.