Dejadme que diga adiós – La muerte para los niños

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La situación de alarma sanitaria nos ha sorprendido como sociedad. Hemos tenido que precipitarnos en su afrontamiento, hemos tenido que encontrar la adaptación al cambio brusco de ritmo de vida y hemos tenido que prepararnos (y seguimos haciéndolo) ante acontecimientos que han ido apareciendo a medida que pasaban los días.

Mucha información y desinformación. Conversaciones sobre enfermedad y sobre esperanzas. Incertidumbre acerca de qué va a pasar después de este tiempo de confinamiento. En estos momentos estamos experimentando de manera constante tantas cosas, tantas, que nos está resultando muy complicado poder procesar de forma adecuada tanto. Una de esas experiencias es la relacionada con la muerte.

Están ocurriendo y de una manera muy difícil de asimilar muchas muertes, demasiadas muertes, demasiadas pérdidas humanas repentinas. De hoy para mañana. Debido a razones que son también difíciles de asimilar. Son para muchas personas muertes en la distancia. Muertes sin despedida. Y en medio, los menores.

Las etapas de la niñez y preadolescencia, por cortas e inexpertas, hacen a las personas vulnerables y frágiles ante muchas realidades y una de ellas es la muerte. Se supone que la realidad de la muerte ya los adultos y mayores la hemos podido ir asimilando, interiorizando, e insisto en que se supone. En estos días está siendo diferente: más brusca y distante, incluso duramente banalizada.

Hasta hace poco, hasta hace meses, cuando la muerte acontecía lo más habitual era apresurarnos. Solíamos recurrir a frases a modo de código que todos entendíamos (“mi más sentido pésame”; “a todos nos llega la hora”; “descanse en paz”), acompañadas de un abrazo, de un estrechar de manos, del apoyo de los tuyos. Pero ahora ni eso podemos. Ese código ha quedado anulado temporalmente. Se nos bloquea el sistema de acceso al duelo que conocíamos. En estos días, estamos experimentando casi lo mismo que sienten los niños cuando los alejamos de la muerte, de la despedida final, del adiós.

Pienso en lo que habitualmente he visto que estábamos haciendo hasta hace poco con los niños y la muerte. ¿Qué hacíamos cuando había que tratar el tema de la muerte con los niños? Sí, lo sé. No nos habíamos percatado. Muy habitualmente no sabíamos y no queríamos tratar el tema de la muerte con los niños.

Tal vez el ritmo de la vida actual que llevamos, la transformación de nuestra cultura y educación en su relación con la muerte, el paso de las generaciones, tal vez una combinación de todo eso nos inclinó a apartar la vida de la muerte. Cuántas veces hemos expresado eso de “no hablemos de la muerte que de hablar de ella puede que…”. Errores de perspectiva. Sesgos.

Así como hablar de la muerte no va a atraer la muerte, hablar de la vida no va a atraer más vida. Pero vida y muerte van de la mano. Nos hemos despistado mucho. La muerte es una realidad modulada en un contexto social, temporal y en culturas determinadas. A nuestra sociedad le da miedo hablar de la muerte Constantemente tenemos en la boca que hay que ser valientes. Ser valiente no es no sentir miedo. Ser valiente es saber qué hacer con el miedo en caso de sentirlo.

Sé que cuesta imaginarlo, pero se nos presenta la oportunidad de acercar mentalmente la muerte a la vida. Suena duro pero tal vez estemos teniendo una muy buena ocasión para preguntarnos qué es para cada uno de nosotros la muerte y todo lo que la rodea:

  • ¿Cómo se vive en nuestro entorno? ¿Ocultamos la muerte?
  • ¿Cómo es eso de mantenernos lejos del que fallece? ¿Cómo será para los niños?
  • ¿Cómo es eso de perder el código de despedida al que nos habíamos acostumbrado? ¿Cómo hacemos ahora?

Si en situaciones normales el afrontamiento de la muerte se nos hacía intragable, en estas fechas y con los más inexpertos de la familia, con los niños, resulta, cuando menos, más crucial y necesario si cabe. Acompañarlos y compartir conversaciones con los niños acerca de la muerte es como ponerles los ruedines para avanzar con seguridad en ese camino. Y compartir es dejarles hablar, preguntar y expresar.

Ingenuamente seguimos queriendo creer que los más pequeños de la casa no se enteran mucho de estas cosas. Sin embargo, la experiencia personal, profesional y las investigaciones científicas nos demuestran que los niños necesitan entender, quieren respuestas a sus dudas, quieren asentar ideas y encajar recuerdos y necesitan que compartamos con ellos mucha conversación acerca de la muerte.

Los niños tienen curiosidad por la muerte y necesidad de aclaraciones. Ellos mismos construyen sus teorías, sus explicaciones y la fantasía de un niño supera muchas veces nuestras capacidades.

Los profesionales que hemos trabajado este tema con muchas personas, niños y adultos, sabemos que afrontar el tema de la muerte no va a causarles un trauma. Sabemos que sobreproteger, querer esconder, ocultar no es una opción acertada. Eso sí puede llevarlos a traumas. Pretender alejarles de la realidad de la muerte lo único que hace es que los niños se queden sin recursos de afrontamiento. El compartir la muerte y la manera en la que le presentemos la muerte a los niños va a depender mucho de cómo hemos experimentado previamente la muerte nosotros, cómo nos hemos preparado y si sabemos cómo hacerlo.

En un escrito, evidentemente no se puede plasmar todo un camino de acompañamiento y preparación. No es mi propósito. Lo que sí se puede es trasladar la idea de no sentir miedo, sentirnos culpables al tocar el tema, ni con temor de estar causando daño a nuestros hijos, sobrinos o nietos. Muy al contrario. Se trata de comprender que hay que prepararse para dar la oportunidad y generar el contexto de comunicación (adaptado a cada edad) para tratar la vivencia de la muerte. Y eso todo pasa por hacer un ejercicio de claridad y de sinceridad con nosotros mismos.

Hay dos aspectos cruciales que podremos gestionar estos días de confinamiento: hablar sobre la muerte y llevar a cabo una despedida compartida si se da el caso de que alguien cercano haya fallecido.

En primer lugar, hablar sobre la muerte es crucial, ya que supone dar la oportunidad de que puedan expresar dudas, sobre todo dudas, aunque no tengamos todas las respuestas o no seamos capaces de responderlas todas. A veces debemos decirles a los niños que no lo sabemos, pero podemos investigarlo y llegar a conclusiones juntos. A veces una respuesta es un crudo sí. A veces la mejor respuesta es hacer otra pregunta. Las dudas acerca de la muerte en los niños y preadolescentes suelen estar relacionadas con miedos. Miedos a los que debemos eso sí dar una explicación real y adaptada a la realidad del niño y a la nuestra. Y no hay un único y preciso estilo. Para hablar de la muerte muchas veces no hay que usar palabras, pero sí hay que poner todo el amor posible.

Por ejemplo, si un niño nos ve llorar tras la pérdida de un ser querido y nos pregunta la razón, no podemos decirle que no pasa nada, que no se preocupe, que es una tontería llorar. Si expresamos esto estaremos perdiendo la oportunidad de que el niño entienda la muerte como realidad irreversible, universal y que ocurre en todo ser vivo. Pensemos que tal vez llorará a solas y se ha quedado con la idea dudosa de si ha sido malo llorar o no, si debe sentirse culpable por hacerlo, si debe reprimir sus miedos y tristezas porque no le hemos dejado expresar, le hemos dicho que no lo haga, que no debe. En ese momento estamos perdiendo la oportunidad de explicarle al niño que cuando alguien muere nos emocionamos ante la idea de no volver a verle, escucharle, andar por casa, ya que la muerte es perder presencia, actividad y vida para siempre. Ante la muerte no debemos bloquearle sino animarle a expresar porque así llegaremos a él. Las lágrimas son la expresión de un sentimiento de despedida para siempre. De poner en valor lo importante que era esa persona para nosotros. Un acto humano de empatía y de pérdida de una persona amada. Y así, como acto de expresión de emociones y de amor es como debe ser trasladado a los niños. Un acto de despedida que no debemos esconder ni reprimir, pero sí hablar, compartir y dejar que pregunten para explicar.

Este hecho nos puede permitir enlazar con la segunda cuestión crucial: el acto de la despedida.

Si en estas fechas se diese el fallecimiento de algún ser querido y ante la imposibilidad de acudir en grupo a los habituales actos de despedida, recreemos en casa, en pequeño grupo familiar, acciones que nos permitan, en cierta manera, despedirnos y, sobre todo, homenajear a nuestros seres queridos fallecidos.

Desde mi papel como pedagoga, me he encontrado con niños a los que le hemos ayudado gracias a permitirles llevar a cabo acciones de despedida y homenaje a sus mayores que antes nadie les había permitido.

Recientemente, pude compartir con un niño preadolescente lo que llevaba guardado porque nadie le permitió despedirse de su abuelo y porque nadie en su entorno permitía (mejor dicho, estaba preparado) hablar de la muerte del abuelo. Juntos llegamos a las lágrimas. Llegamos al dolor y juntos hicimos un ritual de despedida, basado en “dar gracias por”. Escribimos una carta en la que dar gracias por lo que le hubiese gustado que su abuelo se llevase con él, para siempre. Ese niño ya sabía que la muerte era un viaje irreversible. No estaba triste, ni dolido, ni roto por eso. Estaba roto por no haber podido expresarle lo mucho que le había ayudado como abuelo, lo mucho que se lo agradecía, las ganas que tenía de expresarle lo importante que había sido para él a lo largo de los años.

La tormenta se fue calmando y seguiremos lanzando mensajes de agradecimiento al abuelo y seguiré apoyándole a seguir llorando su ausencia por ser el mejor homenaje de amor y la mejor cura para las heridas en vida.

Podemos apoyarnos en fotos, de las que surgirán bellos recuerdos o algún que otro reproche; pueden ser actividades que se compartían.  Y las preguntas, la necesidad de hablar, incluso las lágrimas fluirán como fuentes de recuerdo, homenaje y amor.

Como bien expresan Ordóñez y Lacasta, al tratar los aspectos del duelo en los niños:

“Dejando aparte el problema que tiene la sociedad actual con la muerte y la nefasta educación que tiene la infancia, en la profilaxis y tratamiento del duelo infantil es importante facilitar toda la información que necesite el niño sin mentirle, así como ayudarle a expresar sus emociones y a mantener sus normales relaciones sociales (…)”. Ordóñez, A. y Lacasta, A. 2004. El duelo en los niños (la pérdida del padre/madre) en Manual SEOM de Duelo en Oncología. Madrid: Dispublic, SL, 121: 36.

Con todo esto no pretendo transmitir que ahora nos tengamos que ir corriendo todos, sentar a nuestros hijos y sacar el tema a la fuerza. No. Sí que me gustaría animarlos a que intenten como adultos tener más presente a partir de ahora en sus vidas a la muerte. Hacer esto es necesario y es nuestra responsabilidad porque los actos de amor hacia los niños empiezan por estar preparados para cuando los niños nos necesiten.

Preparémonos para cuando nos lo pidan o las circunstancias lo sugieran. Equipémonos como adultos primero. Tengamos a mano ruedines, casco, rodilleras a su alcance y acompañémoslos porque un día ¿verdad que querremos que anden con seguridad y valentía solos?

A la vida vamos a tener que decirle adiós, nos guste o no. Dejemos que los niños aprendan también a hacerlo sin miedo, sin dudas, sin traumas.

  • Si te vas, déjame que te diga adiós- un niño.

Libros que ayudan a introducir la muerte con armonía en nuestra vida, con cautela, con atino:

Libros recomendados para padres:

  • Ibarrola B. (2006). Cuentos para el adiós. Madrid: Ediciones SM.
  • Santamaría C. (2010). El duelo y los niños. Cantabria: Editorial Sal Terrea.
  • Turner M. (2004). Cómo hablar con niños y jóvenes sobre la muerte y el duelo. Guía para padres. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.

Libros recomendados para niños (acompañados de conversación previa, mientras y después):

Hasta los 6 años inclusive:

  • Durant A. y Gliori D. (2004). Para siempre. Barcelona: Grupo editorial Ceac, S.A.
  • Ramón E. y Osuna R. (2003) ¡No es fácil pequeña ardilla! Pontevedra: Kalandraka Editorial.

De los 7 a los 12 años inclusive:

  • Bauer J. (2011). El ángel del abuelo. Salamanca: Lóguez Ediciones.
  • Jeffers O. (2010). El corazón y la botella. Méjico: Fondo de cultura económica.
  • Mundy M. (2010). Cuando fallece un ser querido. Guía para niños ante la muerte de alguien. Madrid: Editorial San Pablo.

De los 12 hasta la adolescencia:

  • Bunnag T. y Jaume E. (2008). El arco iris de la abuela. Barcelona: La liebre de marzo. S.L
  • Erlbruch W. (2007). El pato y la muerte. Barbara Fiori Editora.
  • Wolfelt A. (2001). Consejos para jóvenes ante el significado de la muerte. Barcelona: Editorial Diagonal.

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